Difuminados en un borroso calidoscopio, la pareja se funde en un amanecer enrojecido, psicodelia anaranjada con olores de amarillo. Lucy in the Sky de girasoles inmensos y taxis de papel periódico sobre la plaza donde la lluvia ha lavado una vez más la sangre, así en el siglo XVI como en el 68 de nuestro descontento transgeneracional donde las bayonetas del verde olivo resultaron heridos en las nalgas por sus propias tropas vestidas de civil y en donde el Diablo en persona se multiplicó en cien demonios de guante blanco que disparaban a quemarropa y al día siguiente, no hay nadie que pueda contabilizar las defunciones ni los desaparecidos de ese otoño olímpico ni de este sexenio que parece esfumarse impunemente, Peace and Love, que mejor pensemos en el futuro y dejemos la calaca de Luis Echeverría seguir muriendo en paz, como para volver a obviar todas las demás miles de osamentas que quedan en las cuentas pendientes de este México confundido desde el fuego cruzado sobre las azoteas de los edificios multifamiliares de Tlatelolco que cayeron y se volvieron a levantar en el terremoto del 85 con epicentro en la Plaza de las Tres Culturas del 2 de octubre, cuando el curita obedecía las órdenes oficiales de no abrir las puertas del templo y el paisaje de los gritos se inundaba con cientos de zapatos huérfanos y había niños que hoy recuerdan el griterío y la corredera y jóvenes que hoy lloran los nombres de fantasmas y los noviazgos imposibles y la censura en los cines y las familias que le besaban la mano al patriarca luego de comprar el pan y el hocicón del Ejecutivo deleznable convencido de conspiración internacional y el descaro de la bazuca y la conmovedora ilusión de la utopía y el volanteo que hacía un perro al que le habían amarrado unas bolsas llenas de hojitas de linotipo y el mural múltiple en la Ciudad Universitaria bajo el asta con la bandera a medias y el demente delator de Sócrates gritando por su cuenta en el Zócalo y las mentiras y el qué dirán y la vergüenza de que vienen los atletas de todo el mundo y que van levantando el puño negro, en alto, en el podio de las medallas y en medio de los escombros en la Roma o la Condesa o en la memoria de todos los que simplemente no pueden enviar a la amnesia ni la consigna ni el compromiso, ni los testimonios de las celdas ni el quebranto del silencio y el reacomodo institucional y arriba y adelante y el hocicón tendiendo la mano hipócrita, autoritaria, deleznable y dictatorial con la sonrisa de una quijada de burro y los lentes de cristales verdes y los señores de traje y corbata con corte de pelo militar y las ganas de reventar revoltosos y las greñas como delito y la música como placebo y los coches de velocidades y tanquetas en Tlatelolco al siguiente amanecer en que las marchas ahora callan los detalles de una boda de despilfarro y el sinsentido de repartir huesos en el Congreso a lo pendejo, a ver si pega, a ver si sirve y las canas de los que callan y los viudos y viudas, huérfanos sin brújula aunque se sembró y sedimentó lo que los que saben celebran como abonos para un amanecer, una auténtica transformación que marcha en silencio con contingentes interminables que suman ya varias generaciones demandando más o menos lo mismo… y la pareja se esfuma en el anaranjado torbellino de un amanecer amarillo de gris, con el llanto de siglos de una mujer que perdió a sus hijos, de un periódico que se atrevió a publicar un cuadro de luto o de un poeta que encendió sus versos desde el otro lado del mundo o de los padres que recorrieron hospitales y morgues y el ominoso campo militar que sigue intacto con sus mazmorras de olvido y las muchas páginas que se han escrito y las cinco décadas que giran en torno a los cinco soles de un calendario en piedra, al pie de las ruinas de un templo y mercado, a la sombra de una capilla donde rezaban los traductores de papel amate y se callaba para siempre el único testigo vivo que habló con la mismísima Virgen en un cerro colmado de rosas, allí al pie de un edificio a gogó donde rendían cuentas los embajadores de México cuando volvían a la querencia y ahora se enciende la roja nervadura de un hierático sistema nervioso como para orientar a los modernos aviones que ya no saben a qué aeropuerto dirigirse aunque ha de llegar el día en que se ponga en orden la conciencia y la memoria, se honren a los asesinados de toda matanza y a los desaparecidos de todos los días con el titánico esfuerzo de que ya no haya ni uno más y en donde se les hable a los niños del pretérito remoto en que tanta maldad pueda entenderse como algo absolutamente ajeno a lo que miramos en el espejo… así pase la lluvia y esperemos nuevamente el siguiente amanecer. jorgefe62@gmail.com
Source: Milenio October 04, 2018 06:11 UTC